El 15 de agosto del 2007 quedará en la memoria de todos los iqueños como el día en que la tierra desató su ira con una intensidad de 7.9°, por más de 3 minutos (que parecieron eternos) y que bastaron para devastar las ciudades de Chincha, Pisco e Ica.
Todo a mi alrededor hoy es tristeza y caos. Vivo en el distrito de Ica, cuyo centro histórico fue totalmente destruido, así como sus emblemáticos templos. Caminar por la Plaza de Armas significa hoy adquirir una infección a la garganta, por la cantidad de polvo que se respira por ahí, debido a las casonas de adobe derrumbadas.
Cuando sucedió el terremoto, estaba en Lima en un curso de capacitación en el auditorio de la USMP, ubicado en el sótano del edificio de dicha universidad, recuerdo haber subido las escaleras junto con amigas que gritaban y otros que empujaban por la desesperación que provocaban las lunas que parecían iban a estallar, Ya en el jardín, observaba como todos los rostros expresaban pánico y yo sólo rogaba que el epicentro no fuera en Ica y que alguien estuviera con mis abuelos en ese momento.
Lamentablemente no fue así, a los pocos minutos escuchábamos en la radio que en Pisco había sido el epicentro y lo peor era que las líneas telefónicas colapsaron y no podía comunicarme con mi familia, nunca sentí tanta angustia como en esos momentos.
Intenté regresarme a Ica esa misma noche, pero así como yo, muchísimas personas abarrotaron la agencia Soyuz, agencia de transportes que merece el repudio público ya que esa noche llegaron a cobrar hasta S/90.00 por un pasaje que normalmente cuesta S/15.00. Al final no pude embarcarme ni ese día ni el siguiente, por el estado en que se encontraba la vía panamericana sur a la altura de Chincha y Pisco y la ruptura del puente de San Clemente, y para facilitar el transporte de los fiscales que tenían que levantar los cadáveres, así como de ambulancias, cisternas con agua y camiones con víveres y ayuda de todo tipo para los damnificados.
Felizmente que ya para entonces me había comunicado con mis seres queridos y sabía que estaban bien. Mi preocupación ahora era por mis compañeros de la universidad, cuya gran parte residen en Pisco y Chincha y con quienes intenté por todos los medios comunicarme, pero no fue posible hasta hace dos días, que me enteré que la mamá de Pity había fallecido, y así como él, la mayoría de ellos habían perdido familiares cercanos.
De regreso a Ica lo que apreciaban mis ojos a partir de Cañete era desolador, casas derrumbadas, gente pidiendo ayuda a lo largo del camino, mientras el bus avanzaba por una pista de doble vía que en Chincha se convirtió en una sola, ya que el sismo había desaparecido la otra, ese fue el viaje más triste de mi vida, ya que en muchas casas entre Chincha y Pisco, la gente velaba a sus muertos en plena calle, ya que no tenían una casa donde despedir a aquellos que no tuvieron la suerte de sobrevivir.
Ya en Ica, luego de 8 horas de viaje (que sólo se hace en máximo 5 horas) pude abrazar a mi familia, mis abuelos no cesaban de llorar, y la tierra tampoco dejaba de temblar, réplicas que mantenían con los nervios de punta a todos. Esa noche y toda la semana siguiente todos dormían en la habitación más cercana a la puerta de salida y otros incluso fuera de las casas.
Todo a mi alrededor hoy es tristeza y caos. Vivo en el distrito de Ica, cuyo centro histórico fue totalmente destruido, así como sus emblemáticos templos. Caminar por la Plaza de Armas significa hoy adquirir una infección a la garganta, por la cantidad de polvo que se respira por ahí, debido a las casonas de adobe derrumbadas.
Cuando sucedió el terremoto, estaba en Lima en un curso de capacitación en el auditorio de la USMP, ubicado en el sótano del edificio de dicha universidad, recuerdo haber subido las escaleras junto con amigas que gritaban y otros que empujaban por la desesperación que provocaban las lunas que parecían iban a estallar, Ya en el jardín, observaba como todos los rostros expresaban pánico y yo sólo rogaba que el epicentro no fuera en Ica y que alguien estuviera con mis abuelos en ese momento.
Lamentablemente no fue así, a los pocos minutos escuchábamos en la radio que en Pisco había sido el epicentro y lo peor era que las líneas telefónicas colapsaron y no podía comunicarme con mi familia, nunca sentí tanta angustia como en esos momentos.
Intenté regresarme a Ica esa misma noche, pero así como yo, muchísimas personas abarrotaron la agencia Soyuz, agencia de transportes que merece el repudio público ya que esa noche llegaron a cobrar hasta S/90.00 por un pasaje que normalmente cuesta S/15.00. Al final no pude embarcarme ni ese día ni el siguiente, por el estado en que se encontraba la vía panamericana sur a la altura de Chincha y Pisco y la ruptura del puente de San Clemente, y para facilitar el transporte de los fiscales que tenían que levantar los cadáveres, así como de ambulancias, cisternas con agua y camiones con víveres y ayuda de todo tipo para los damnificados.
Felizmente que ya para entonces me había comunicado con mis seres queridos y sabía que estaban bien. Mi preocupación ahora era por mis compañeros de la universidad, cuya gran parte residen en Pisco y Chincha y con quienes intenté por todos los medios comunicarme, pero no fue posible hasta hace dos días, que me enteré que la mamá de Pity había fallecido, y así como él, la mayoría de ellos habían perdido familiares cercanos.
De regreso a Ica lo que apreciaban mis ojos a partir de Cañete era desolador, casas derrumbadas, gente pidiendo ayuda a lo largo del camino, mientras el bus avanzaba por una pista de doble vía que en Chincha se convirtió en una sola, ya que el sismo había desaparecido la otra, ese fue el viaje más triste de mi vida, ya que en muchas casas entre Chincha y Pisco, la gente velaba a sus muertos en plena calle, ya que no tenían una casa donde despedir a aquellos que no tuvieron la suerte de sobrevivir.
Ya en Ica, luego de 8 horas de viaje (que sólo se hace en máximo 5 horas) pude abrazar a mi familia, mis abuelos no cesaban de llorar, y la tierra tampoco dejaba de temblar, réplicas que mantenían con los nervios de punta a todos. Esa noche y toda la semana siguiente todos dormían en la habitación más cercana a la puerta de salida y otros incluso fuera de las casas.
Han pasado más de dos semanas de aquel fatídico día, y como voluntaria junto con amigos del Rotary Club, he podido apreciar que la ayuda no cesa de llegar por todos lados, pero aun no se organizan adecuadamente los canales de distribución por lo que muchos aun no han recibido nada, mientras que otros han recibido demás, pero lo peor es que hay personas inescrupulosas que aun en estas situaciones tratan de sacar ventaja, para citar un ejemplo el congresista por Ica, Rafael Yamashiro, se aprovechó de una donación que hicieron llegar agroexportadores arequipeños, para aparecer en la foto como el donador, cuando él ni siquiera gestionó la ayuda y así como él he podido observar a muchos políticos que deben estar buscando la reelección, pero que ni siquiera se preocupan por aligerar la repartición de la ayuda (muchos alcaldes de distritos alegan no tener ni para el combustible), ni brindar la seguridad debida a los que transportamos la ayuda, pues son innumerables los camiones saqueados a mitad del camino por desesperados pobladores y también por vándalos que nunca faltan.
En estos días he recorrido todos los distritos de la campiña iqueña, y todo a mi paso es destrucción pues aquí las casas eran de adobe y ninguna se mantiene hoy en pie y ni que decir de las tradicionales bodegas vitivínicolas, por cuyos alrededores, se respira un olor a vino y pisco. Aquí he visto muchos niños y ancianos, que son los que más llaman mi atención, totalmente desvalidos, sin abrigo, con una tristeza profunda en sus ojos y que parecen estar aun en shock nervioso, por eso no entiendo como puede haber gente insensible que teniendo recursos puede robar parte de las donaciones, como unos policías de San Juan Bautista, quienes luego de habernos resguardado durante el recorrido, se subieron a sus camionetas carpas, sleepings, frazadas y víveres que no pudimos llegar a repartir ese día, sin ninguna vergüenza.
Pero también he podido conocer y compartir con personas maravillosas y desprendidas que ayuda anónimamente sin esperar nada a cambio y que buscan transmitir alegría como en esa inolvidable chocolotada en que hicimos saltar de alegría a niños en El Olivo, caserío totalmente devastado, donde todos duermen en la calle y que espero renazca junto con toda mi región, como el ave fénix entre las cenizas.
Me siento privilegiada por mi situación actual, y por los amigos que tengo y que me llamaron para brindarme su apoyo moral desde distintas partes. Gracias porque en verdad en situaciones como éstas sabemos quienes son los amigos de verdad.
En estos días he recorrido todos los distritos de la campiña iqueña, y todo a mi paso es destrucción pues aquí las casas eran de adobe y ninguna se mantiene hoy en pie y ni que decir de las tradicionales bodegas vitivínicolas, por cuyos alrededores, se respira un olor a vino y pisco. Aquí he visto muchos niños y ancianos, que son los que más llaman mi atención, totalmente desvalidos, sin abrigo, con una tristeza profunda en sus ojos y que parecen estar aun en shock nervioso, por eso no entiendo como puede haber gente insensible que teniendo recursos puede robar parte de las donaciones, como unos policías de San Juan Bautista, quienes luego de habernos resguardado durante el recorrido, se subieron a sus camionetas carpas, sleepings, frazadas y víveres que no pudimos llegar a repartir ese día, sin ninguna vergüenza.
Pero también he podido conocer y compartir con personas maravillosas y desprendidas que ayuda anónimamente sin esperar nada a cambio y que buscan transmitir alegría como en esa inolvidable chocolotada en que hicimos saltar de alegría a niños en El Olivo, caserío totalmente devastado, donde todos duermen en la calle y que espero renazca junto con toda mi región, como el ave fénix entre las cenizas.
Me siento privilegiada por mi situación actual, y por los amigos que tengo y que me llamaron para brindarme su apoyo moral desde distintas partes. Gracias porque en verdad en situaciones como éstas sabemos quienes son los amigos de verdad.
Gracias: Mónica, Claudia, Santiago, David, Zuliana, Roberto, Ceci y José Carlos, Jorge y Katia, Ariel, Giovanna, Lili, Lesly, Rafael, Edith, Pepito, Ilge, Daniel, Rafael, Miguel, Elena, Harumi, Julio, Karla, Guille, Quentin, Lucila, a todos ustedes los llevó en mi corazón.
Y quiero agradecer finalmente a la Asociación Nacional de Periodistas, al Grupo Mitchel de Arequipa y al Rotary Club Ica que me permitieron experimentar lo gratificante que es el ayudar a los demás. Muchas Gracias!!!
En el vínculo adjunto hay un poema escrito por mi hermano Fer luego de esa trágica noche.